Mosen José María Leminyana y de Alfaro 

D. José María Leminyana

Académico de Honor de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis 


por el Excmo. Sr. D. Juan Antonio Cremades Sanz-Pastor.

Académico de Número, Delegado en la Ciudad de Barbastro por la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis.



...Excelentísimo Señor Presidente,

Ilustrísimos Señores Académicos,

Señoras y Señores:

Permítame, Señor Presidente, que mi discurso no sea muy académico, en el sentido que da a este adjetivo el Diccionario de la Real Academia Española, es decir, "que observa con rigor las reglas clásicas".

Sirva de circunstancia atenuante que la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza ha honrado, concediéndole la distinción de Académico de Honor, a una persona que nunca jamás observó con rigor -ni aún sin él- las reglas clásicas.

Violaré también yo desde el principio las normas. En este caso las de la Real Academia Española: nos dice que el "título que se da a los clérigos en el antiguo reino de Aragón" es Mosén. Contrariamente a las prescripciones del Diccionario, utilizaré el vocablo con acentuación llana, y no aguda, por ser tal el uso en nuestros lares.

Mosen José María Leminyana y de Alfaro -el Mosén por antonomasia en esta Roda de Isábena donde hoy celebra su solemne sesión nuestra Real Academia- nació en Barcelona el 3 de diciembre de 1925. La muerte de su progenitor hizo que, a los tres años de edad, volviera con su madre a Estadilla, de donde la familia era oriunda. Él se consideraba, pues, estadillano, a pesar de que hubiera visto la luz del día en tierras catalanas. Parafraseando el dicho, está claro que los de Estadilla nacen donde les da la real gana.

En Estadilla vivió los tres últimos años de su vida, en casa de su hermana, que lo cuidó con esmero y cariño durante esos momentos de la vida en que decrecen las fuerzas y uno necesita apoyarse en los lazos de la sangre.

Y en la iglesia de Estadilla, de la que había sido monaguillo, fue enterrado el día 20 de noviembre de 2009, pudiéndose leer en la prensa que la misa de corpore insepulto fue concelebrada por el Señor Obispo de Barbastro-Monzón y 70 sacerdotes, en presencia del Justicia de Aragón, y que numerosos fieles asistieron a su entierro en una de las mayores manifestaciones religiosas que se recuerdan en la localidad.

Pero, aunque él dijera de sí mismo que era de Estadilla, todos sabemos que el Mosén era de Roda de Isábena. Yo diría incluso que el Mosén es Roda de Isábena. Pocas veces, en efecto, se ha visto una compenetración semejante entre una persona y un lugar.

El Mosen en San Salvador el 6 de agosto de 1986. La Misa de la tradicional Romería se celebró fuera de la ermita que se encuentra en el altozano porque su techumbre estaba en curso de restauración por el Mosen (Foto Cremades).

Gracias al Mosen, hoy Roda de Isábena no es un cúmulo de restos arruinados.

Cuando llegó a estos pagos, hace casi 40 años, nadie hubiera dado un duro por el futuro del lugar: ¿cuántos núcleos de veinte habitantes había en el Pirineo con iglesias románicas que pasaron a ser unas vigas de madera podridas apoyadas en paredes medio derruidas?

Poco tiempo de abandono basta para que ilustres edificios sean un amasijo de piedras caídas. ¿Qué sería de esta capital espiritual de Ribagorza con una catedral en ruinas?

Mi mujer recuerda la primera vez que subió conmigo al valle del Isábena, hace treinta años. Vimos a una persona luciendo un mono de calzón corto en la cima del templo, arreglando tejas. Conocedor de la reputación del Mosen, dije a Mercedes: seguro que es el cura. Y no me equivoqué.

La Catedral tenía un serio problema con el tejado. Debemos a una enérgica intervención del Justicia de Aragón Fernando García Vicente que esté felizmente resuelto por la restauración que el Gobierno de Aragón realizó hace tres de años.

Un edificio antiguo sobrevive poco al deterioro de su cubierta. ¿Qué hubiera sido de la Catedral sin un Mosen que durante treinta años estuvo revisando sus lajas y tejas para remediar las goteras del viejo techo? Hoy no nos quedaría sino un montón de piedras y la añoranza de grandezas de antaño.

Con ser mucho, la techumbre no ha sido la única aportación del Mosen a su Catedral. Gracias a él, ésta ha adquirido un gran esplendor. Citaré, por ejemplo, el desplazamiento del retablo mayor -obra magnífica de Joly, de la que sólo la mazonería se salvó de la quema durante la última Guerra Civil- que permite contemplar la magnificencia del ábside central; el descubrimiento, en el sepulcro de San Ramón, de los lienzos del siglo XII que causan admiración a propios y extraños; la feliz recuperación del ábside norte, derribado en el siglo XVI para hacer una sacristía y que reconstruyó con las mismas piedras utilizadas por los primitivos maestros navarros, encontradas por el Mosen al desmontar valientemente el altísimo muro elevado hace cuatro siglos; la restauración de muchas obras de arte contenidas en el Templo, como el retablo gótico de San Miguel; y un inacabable etcétera. Subrayaré muy especialmente que nos ha restituido ese trozo de paraíso que es el Claustro, suprimiendo, para desesperación de los caracoles, las zarzas que lo invadían.

Las restauraciones, hechas siempre con la ayuda de Delfín, su inseparable amigo, colaborador y -¿por qué no?- algo cómplice, no se limitan sólo a la Catedral. Lo atestiguan en la propia Roda las bellas ermitas de Estet, al borde del antiguo camino de acceso, y San Salvador.

Y también un número muy elevado de lugares de culto de toda la zona. Para que conste en los archivos de la Real Academia, indicaré que gracias a él no son puro destrozo las siguientes iglesias o ermitas románicas: Esdolomada, San Isidro de Castigaleu, Aler, Rocamora, San Antonio de Las Vilas del Turbón, la Ribera, Cornudella, la Virgen de la Roca en Güel, la iglesia de San Martín y el ábside de la ermita de la Virgen de la Feja en Serraduy.

Se le deben igualmente los altares de las iglesias de Torrelabad y de Capella.

El pueblo de El Soler no tenía iglesia. Hoy tiene una, reconstruida por el Mosen con la ayuda de todos los habitantes del lugar.

Todo ello con gran respeto, no sólo de las reglas del arte románico, sino de los deseos de los vecinos. Delfín cita el ejemplo del campanil de Esdolomada, que no lo tocó porque uno del pueblo, avecindado en Lérida, criticó el proyecto.

Pero no sólo en edificios eclesiásticos puso piedra sobre piedra con sus propias manos Mosen Leminyana. También restauró la abadía (en su acepción aragonesa de casa parroquial) de la Puebla de Roda; las casas Sampere, Trías, Ribera, Ballarín, Gaspar, Herrero, Notario, Paco, en Roda de Isábena; y la Colonia de vacaciones de Obarra.

En Roda proclama el paso del Mosen la Torre Gorda, antiguo baluarte romano que controlaba el valle del Isábena, cuyos sillares sirvieron para construir la catedral: ¡todas las civilizaciones se han ido elevando sobre los vestigios de las anteriores! Permanecía su cimiento: el Mosen lo vació de escombros, descubriendo una magnífica sala abovedada. Contaba divertido cómo propuso al arquitecto Pons Sorolla, a quien el Ministerio confió la dirección de la restauración, suprimir una columna que aguantaba el centro del domo. El técnico se resistía a autorizar tal medida:

-Si han puesto esta columna es porque había riesgo de derrumbamiento.

-Los canónigos -replicó el Mosen- temían que la cúpula no aguantara el peso de las cosechas, puesto que utilizaron la torre como granero antes de derribarla. Los beneficiados sabían mucho de rezos, pero nada de matemáticas. La pilastra es inútil.

Ante argumento tan convincente, el arquitecto autorizó a regañadientes la supresión de la columna. Gracias a Dios, la cúpula no se hundió.

Espero que no se ofusquen si hago especial mención a la recuperación del Palacio Episcopal de Roda de Isábena. Cuando lo adquirí hace unos treinta años, daba la impresión de que no aguantaría varios inviernos, porque se había venido abajo el tejado. Es más, pocas horas después de que fuera mío el viento derribó parte del muro de la casa que da al jardín. Viéndome abatido ante la inmensidad de la catástrofe, el Mosen me dio ánimos:

-No te preocupes Juan Antonio. Había que desmontarlo. O sea que el viento ha hecho la tarea.

Durante cuatro largos años, rodeado de pocos albañiles, con la ayuda de un carpintero de Capella y de tres hermanos herreros de La Puebla para lo propio de sus respectivos oficios, procedió a la restauración del Palacio, aprovechando las piedras que se encontraban en los escombros y utilizando la misma técnica de construcción que había sin duda usado el picapedrero Antoni Teixidó que -según contrato que figura en los archivos de la catedral- hizo en 1525, por encargo del Prior Pedro Agustín, la restauración anterior a la mía. Recuerdo que un día era necesario desmontar un muro con peligro de que se derrumbara: como los maestros en el arte de torería, dijo dejadme solo y allí se quedó realizando la arriesgada faena. Todo ello con terquedad baturra: el técnico que dirigió la obra no quería que en el comedor, donde había un horno de pan que no se pudo recuperar, se pusiera un arco. El Mosen -maestro de obras, que no simple albañil- no estaba de acuerdo con tal criterio. En una de mis visitas, constaté que los trabajos estaban prácticamente parados. Cayendo en la cuenta del motivo, di instrucciones al Mosen de que pusiera el arco, con lo que la obra continuó, obteniéndose además un bello resultado.

Pero era, ante todo, un sacerdote hasta la médula de los huesos. Conversando con él en la intimidad, contaba el origen de su vocación sacerdotal. Durante el verano de 1936, asistió -oculto detrás de unas matas- al fusilamiento del párroco y del otro cura de su pueblo. Desde aquel momento, el chaval de diez años quiso ser cura. Ingresó en el Seminario, primero en Fonz en 1938 y luego en 1939 en Lérida.

Ordenado presbítero en 1949, su primer destino fue el de coadjutor en Tamarite de Litera, encargado igualmente de tres parroquias del Somontano de Barbastro. Para atenderlas, tenía que tomar todos los domingos un tren en Tamarite llamado el rapidillo hasta El Tormillo, donde empezaba su ronda en bicicleta por los tres pueblos, volviendo en el autobús de línea. Tres años después, es nombrado párroco de San Esteban de Litera. En 1960, baja a Lérida en cuyo Instituto es profesor de latín y también auxiliar de Religión.

A principios de los años 70, el Obispo le pidió que subiera a decir Misa a Roda de Isábena los domingos, compaginándolo con las clases en el Instituto. Hasta que, a mediados de esa década, sabedor de que el Obispo llevaba tiempo tratando en vano de encontrar un candidato a párroco de Roda, fue a verlo y le dijo:

-Señor Obispo, yo deseo quedarme en Roda de manera permanente, si Usted quiere.

-No puedo nombrarte para un lugar tan pequeño y alejado -contestó el Obispo-. Pensarán que te he castigado.

-Usted nómbreme y que piensen lo que quieran -replicó Leminyana, a quien lo que menos importaba en este mundo es el qué dirán-.

Y desde entonces Roda de Isábena lo tuvo como párroco hasta su fallecimiento, sobrevenido el 18 de noviembre pasado, aunque los tres últimos años no pudo ejercer su ministerio.

Nada más lleno de unción, de misterio, de naturalidad, de hondo sentimiento religioso que una Misa dicha por él. El fervor y la devoción no le impidieron nunca ir al grano: ni por equivocación comenzó alguna vez con un minuto de retraso o superó la media hora.

Para él, la religión era sinónimo de caridad, de amor, de convivencia, aunque lo tuvieran que sufrir los santos en su propia carne.

Hace años un viejo profesor de la Cámara de Comercio de España en Francia me propuso ver las preguntas que había preparado para la prueba escrita de español jurídico y comercial a la que se someterían el día siguiente muchos centenares de examinandos.

-No es necesario que me las enseñe -le dije-. Tengo plena confianza en cuanto a la calidad de las mismas.

-Hace usted bien, Señor Presidente. Cuando una cosa la conoce una persona, la sabe sólo una. Cuando la conoce otra, la saben once, porque uno y uno son once.

Revelaré un secreto ante ustedes. Sírvame de excusa que Consuelo -la cartera- me indicó poco ha que también lo conoce, con lo cual ya es de dominio público según la fórmula matemática del anciano profesor.

El Apóstol Santiago ha sido víctima de la espiritualidad del Mosen.

No el Santiago apóstol y místico, que lo empujó, como a tantos fieles, a recorrer el camino hacia el Campo de la Estrella peregrinando humildemente. En el Mosen tal devoción llegó a crear adicción: cuántos domingos ha salido en coche desde Roda después de misa hacia el lugar a donde había llegado en la peregrinación anterior. Andaba hacia Compostela durante una semana y volvía a recuperar el vehículo para venir a decir aquí las misas del sábado por la tarde. Y así hasta completar el Camino. Algunos años, varias veces.

Sino el Santiago Matamoros, el guerrero con quien él no comulga, que tenía una escultura en la Iglesia de La Puebla de Roda, precisamente colocada bajo la advocación del Apóstol. No le cuadraba a nuestro homenajeado que tan gran santo estuviera blandiendo una espada contra un infiel, y menos encontrándose éste inerme por tierra. Pero tampoco quería plantear un problema a su feligresía arremetiendo contra la imagen del santo patrón. Procedió, pues, con discreción y constancia: cada vez que pasaba cerca de él, pegaba un pellizco al mahometano, arrancando un trozo de escayola. Al cabo de los años, desapareció el derrotado guerrero. Sólo quedaba dar una mano de pintura ocre a la base de la escultura y que se cayera accidentalmente la espada de la mano del jinete para que el Matamoros deviniera un pacífico Santiago sobre un caballo blanco, encima de una roca marrón, con la mano en alto como si estuviera a la espera de que alguien ponga en ella una cruz.

Diré, para que no se horroricen los Ilustrísimos Señores Académicos aquí presentes, que la imagen del vencedor de la batalla de Clavijo que hay en esa iglesia no tiene valor artístico. No cabe reprochar al Mosen el destrozo de una obra de arte.

También imperó el sentido religioso en el más triste episodio de la vida del Mosen, protagonizado por un ladrón conocido como Erik el Belga. Una infausta noche del 6 al 7 de diciembre de 1979, subió con un equipo de malhechores a Roda, penetró con efracción en el Claustro y se llevó muchos objetos que el Mosen había reunido cuidadosamente en una parte del refectorio que denominaba Museo. El forajido actuó con tanta mayor tranquilidad cuanto que en el pueblo no había entonces ni teléfono, con lo cual, aunque hubiera sido descubierto, no se hubiese podido avisar a la Guardia Civil. Los que conocimos al Mosen sabemos que fue el episodio más lacerante de su vida. Años después, el bellaco, que había desvalijado muchas iglesias de todo el norte de España, fue prendido y condenado. Se pudieron recuperar bastantes obras robadas. Sin embargo -para poder sacar dinero por ella, ya que como pieza única era invendible- había troceado una antiquísima silla de tijera llamada de San Ramón, pero que según los entendidos es anterior a este santo Obispo de Roda del siglo XII; sólo se rescataron las magníficas cabezas de mastines que culminaban sus barrotes de madera: sigue siendo impresionante verlas, aunque a los que hemos contemplado el mueble en su estado primitivo nos dan una enorme pena las barras de metacrilato que han sustituido al boj.

Y si he afirmado que en este triste episodio se impuso el sentido religioso del Mosen, fue porque, detenido el autor del despojo, quiso visitarlo en la cárcel perdonándolo por el chandrío, vocablo de nuestra tierra que bien expresa el estrago que causó el maleante. Años después, éste manifestó su arrepentimiento al Mosen, le indicó que quería reparar el mal ocasionado y le propuso venir a entregar unos cuadros pintados por él para que la Catedral se resarciera algo con el producto de su venta. Pudo el alma sacerdotal del Mosen y aceptó el ofrecimiento. Algunos amigos le aconsejamos, al enterarnos, que no lo hiciera para que no fuera mal interpretado, pero ya era tarde: había dado su acuerdo. Lo cierto es que la Guardia Civil tuvo que proteger al facineroso -que para colmo era un pésimo pintor-, puesto que más de uno en el pueblo lo hubiera linchado.

La historia más curiosa es la del San Juan, bellísima talla del siglo XII. Había sido llevada al Museo de Roda por el Mosen, que la recuperó del desván de la catedral, donde había sido puesta cuando pudo ser sacada de la hoguera en 1936. Recibió un día el Mosen una carta de un canónigo de Gante en la que le decía que todavía tenía grabado el recuerdo del San Juan que había contemplado en Roda de Isábena. Añadía: "He visto otro que se le parece muchísimo en el museo de aquí. ¿Puede usted confirmarme que el San Juan sigue en Roda?". Así se pudo averiguar a dónde había ido a parar la estatua robada por el Belga. E inició su vuelta a casa. El Ministerio español la adquirió al Museo por el precio que éste había pagado en una subasta de los bienes de un quebrado que lo había comprado al ladrón. Gracias al Justicia de Aragón Juan Montserrat, se consiguió que retornara a Roda, pero por poco tiempo, ya que se la volvieron a llevar pretextando que era menester restaurarla, cosa extraña pues venía de un museo.

Lo mismo hicieron con la Dalmática de San Ramón, que descubrió el Mosen arrebujada con otros tejidos del siglo XII en una esquina del sepulcro de San Ramón, cuando lo abrió hace unos años para devolverlo a su primitivo lugar. La última vez que los canónigos rompieron los precintos -siglos ha- iban en busca de los huesos del santo para ponerlos en una urna que pudieran sacar en procesión y despreciaron la vestimenta, dejándola en un rincón. Salió un tanto arrugada y hubo que enviarla a restaurar.

En la misa del domingo de Ramos de 1999, el Mosen hizo el siguiente aviso:

-Me he enterado por la prensa de que el Director de Bellas Artes del Gobierno de Aragón ha devuelto al Obispo de Barbastro la talla de San Juan y la Dalmática de San Ramón, después de su restauración en un taller madrileño. Y de que el Obispo ha decidido conservarlas en el Museo Diocesano. Le he escrito diciéndole que, si no están en Roda antes de diez días, le presentó mi dimisión.

Alguna lagrimica se le cayó al hacer el anuncio porque estaba a punto de cumplir 75 años -siguiendo en activo a pesar de estar jubilado ya-, había celebrado sus bodas de oro sacerdotales y acababa de festejar sus bodas de plata con Roda de Isábena.

Yo traté de enterarme de todo lo relacionado con el asunto y el miércoles llamé al Palacio Episcopal, pregunté por el Secretario y le pedí una cita con el Prelado para hablarle del San Juan, que estaba creando un problema en la zona. El Secretario me dijo:

-No hace falta cita; venga cuando quiera que el Señor Obispo lo recibirá encantado.

Anuncié que bajaría esa misma mañana y lo hice enseguida. El Secretario, que debió comunicar al Ordinario el motivo de mi llamada, me dijo al llegar que me había telefoneado poco después de que yo saliera de casa para indicarme que el Señor Obispo no podía darme audiencia porque tenía una reunión con unos iberoamericanos. Tampoco el día siguiente, por los oficios del Jueves Santo, ni el Viernes por la misma razón. Sugerí que, por ser día alitúrgico, quizá pudiera el Sábado, con idéntico resultado negativo. Me puse a su disposición el Domingo, pero su Ilustrísima debía hacer frente a otros menesteres pastorales. Y el lunes se iba de viaje. Estaba claro que no quería verme.

El Viernes Santo por la noche hay una emotiva procesión por las calles de Roda de Isábena. Es realmente sobrecogedor ver a todo el pueblo con hábitos y capuchas llevar a hombros unos pasos pequeñitos bajo la luz de la luna llena. De vuelta a la Catedral, cubiertos con los arreos penitenciales y esperando del Mosen las acostumbradas palabras de despedida, nos sorprendió oírle decir:

-Jora me pide tomar la palabra.

Obtenida así la venia, Jora lanzó:

-Mosen, tú no puedes dimitir. Has hecho mucho por el pueblo durante un cuarto de siglo para salir de mala manera. Propongo que vayamos mañana en manifestación delante del Palacio Episcopal de Barbastro para pedir al obispo que nos devuelva el San Juan.

Al fondo de la Iglesia sonó la voz enardecida de nuestra Académica correspondiente Mercedes Gómez-Pablos, que conserva ramalazos de sus militancias revolucionarias juveniles:

-¡Nada de a pedir al Obispo el San Juan! ¡A traérnoslo!

Por lo tanto, el Sábado Santo a las doce de la mañana estaba todo el pueblo de Roda en la plaza del Palacio de Barbastro con una enorme cartela en la que se leía: Obispo: Patrimonio de Roda en Roda ¡¡Ya!!

Al llegar a la plaza, vi que salía de Palacio el Secretario con el que había estado pocos días antes y me acerqué a saludarlo. Preguntó:

-Me parece que hay una pancarta en la que creo haber leído la palabra Obispo. Debe haber una manifestación.

-Sí, con ella vengo -contesté-. Y también todos los habitantes de Roda que quieren hablar con el Sr. Obispo.

El Secretario, que ya daba por concluida su semana laboral, dio marcha atrás apesadumbrado. Salió al cabo de un largo rato y dijo que el Sr. Obispo recibiría a una comisión de dos personas. Angelita Cavero y yo fuimos designados unánimemente portavoces. Tras nosotros, el Secretario cerró la puerta a los periodistas y fotógrafos de prensa que querían acompañarnos.

El Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Obispo nos recibió con paternal benevolencia, invitándonos a sentarnos democráticamente con él en un tresillo. Iba provisto de bloc y lápiz para apuntar todas nuestras reivindicaciones y no dar la impresión de que alguna quedaba olvidada. Sobrino, nieto, biznieto y tataranieto de jefes del Arma de Infantería, vislumbré ciertos reflejos militares en nuestro huésped, que me fueron después confirmados: había sido capellán castrense, alcanzando incluso la coronelía. Sin duda por ellos, quiso enseguida poner en su sitio a sus interlocutores:

-¿Me pueden decir cómo se llaman y dónde trabajan?

Anotó nuestros datos de identidad e inquirió:

-¿Ninguno de Vdes. vive, pues, en Roda?

-No -contestó Angelita-. Yo vivo en Huesca, puesto que allí trabajo. A Roda voy a ver a mi madre los fines de semana y en vacaciones.

-Tampoco yo -añadí-. Tengo casa en Roda y allí estoy siempre que puedo, pero mi actividad profesional se desarrolla entre Madrid y París.

Poniendo la yema de su pulgar a cinco milímetros de la de su índice, proclamó con la firmeza de quien está acostumbrado al mando:

-O sea que su representatividad es, como mucho, así de grande.

-Señor Obispo -repliqué de inmediato-, esta afirmación merece tres contestaciones distintas.

En primer lugar, llevo cuarenta años ganándome la vida lejos de mi Aragón natal y nadie ha discutido jamás mi condición aragonesa porque resida lejos. No se me ha negado representatividad para defender siempre que he podido los intereses de Aragón. Veo que la Iglesia aragonesa sigue criterios distintos de los de la sociedad civil. Y me apena constatar que hoy se comete esta discriminación injusta.

La cara de póquer del Prelado no conseguía ocultar cierta perplejidad: quizá no había elegido el mejor terreno para imponer su superioridad jerárquica.

-Además -proseguí- no es menester mucha representatividad para hacerle formal entrega de nuestro mensaje. Tenga aquí decenas de cartas firmadas por todos, digo bien, por todos los que estaban esta Semana Santa en el pueblo.

Frunció el ceño al leer en diagonal su contenido:

Señor Obispo:

Ha llegado a nuestro conocimiento que la talla de San Juan Evangelista y otras obras de arte podrían no ser devueltas después de su restauración a la Catedral de Roda, sino conservadas en el obispado de Barbastro.

Sería un grave error que la primera actuación del obispo de nuestra nueva diócesis fuera privarnos de objetos que, como lo reconoció el Justicia de Aragón a petición de este valle en Junio de 1995, forman parte de nuestra tradición y de nuestras señas de identidad.

La catedral de Roda cuenta con todas las alarmas y medidas de seguridad necesarias. El Señor Cura Párroco ha hecho con gran esfuerzo las obras de saneamiento tendentes a evitar cualquier problema derivado de la humedad. El buen estado de mantenimiento de nuestra iglesia puede ser atestiguado por los innumerables visitantes que la admiran a lo largo del año. Nada justifica, pues, privar a Roda de Isábena de estos elementos de su patrimonio.

Sabemos que Mosen José María Leminyana le ha manifestado su radical disconformidad con tal proyecto. No hace sino reflejar el sentir unánime de todos los feligreses de esta parroquia. Ninguno comprendería que se llevara a cabo tal expolio.

Esperamos, pues, que no confirme tan nefasta decisión y que dé las oportunas instrucciones para que las obras de arte de Roda de Isábena vuelvan inmediatamente a la Catedral que las ha conservado durante tantos siglos.

Reciba un respetuoso saludo.

-Y, en tercer lugar, -concluí- si considera que no somos representativos, que suban los que están en la plaza y podrá hablar con cuantos viven en Roda y no están inválidos.

Con un "¡No!" episcopal horrorizado quedó expedito el camino para el resto de la conversación. Se evidenció el error táctico: la relación de fuerzas no era la que Monseñor había querido establecer.

Cambiando de registro, nuestro interlocutor abandonó la dureza cuartelera y recurrió a la untuosidad clerical:

-Comprenderán Vdes. que, aunque mi deseo fuera devolver la imagen y el ornamento, no puedo hacerlo mientras no existan las medidas de seguridad indispensables para tan valiosos objetos.

-Pues si es así -terció Angelita con sentido común- ya puede enviar un camión a Roda para retirar de la Catedral las demás obras de arte que tenemos. No veo por qué sólo plantean problema estas dos.

-Si el problema es realmente de seguridad -atornillé yo- lo resolvemos fácilmente. En pocos días podemos completar las medidas existentes y hacer que, al primer ladrón que penetre en la seo rotense, suene la alarma en su mesilla de noche, Señor Obispo.

Pasó por alto la nota irónica y continuó con tono melifluo:

-Mi tragedia es que no tengo los medios para hacer frente a todas las necesidades de la diócesis. Por ejemplo, dos iglesias están cerradas por no disponer de fondos para restaurarlas. Hay prioridades que pasan antes que lo de Roda. Con pueblos privados de lugares de culto no puedo...

No le dejamos acabar la frase. Secamente interrumpimos:

-Hemos dicho que haremos lo necesario para responder a cualquier exigencia que se formule sobre la seguridad. No le pedimos ni un duro. Solamente la Dalmática y el San Juan.

Acorralado, el Obispo cometió un desliz:

-No, si a mí no me tienen que convencer. Lo que pasa es que no puedo hacer algo que disguste a los técnicos de la Diputación General de Aragón. El Gobierno Aragonés da mucho dinero para restaurar el patrimonio eclesiástico cultural y artístico y no sería prudente ponérselos en contra.

Suspiré discretamente, aliviado. El tema estaba ya resuelto:

-Pasado mañana lunes tomo contacto con el Presidente Santiago Lanzuela para que solucione todo. Le hago un favor. Su Gobierno no puede permitirse que el valle del Isábena se levante en armas en pro del San Juan a cinco semanas de las elecciones.

-Yo no cederé nunca ante este chantaje -replicó tajante el Prelado-.

Pasé por alto la injuria de que me reprochara la comisión de un acto delictivo y lo atribuí a pura ignorancia del significado del vocablo. Por eso continué impasible:

-No le estoy chantajeando. Me limito a decirle lo que pienso hacer. Anunciar una actuación es más bien signo de lealtad. No va con mis principios atacar por la espalda a nadie.

Puesto que lo duro estaba ya dicho, me pareció prudente abordar el tema desde un punto de vista más humano:

-Yo creo, Señor Obispo, que estos dos objetos de culto no valen las tragedias humanas que están produciendo. Los rotenses están muy afectados y quieren a toda costa recuperar a su San Juan, patrono de la Cofradía de su advocación que se ha ocupado desde hace siglos de enterrar a sus muertos. Y... el Mosen: como parroquiano y como amigo puedo decir que se le está causando un sufrimiento injusto. Daba pena su voz quebrada cuando nos confesó al final de la Misa del pasado Domingo la triste situación en que se encuentra. ¿Por qué no se le avisó del acto de entrega por el Director General de los objetos restaurados?

-Tratamos de llamarle, pero no contestaba su teléfono.

-Hubiera bastado dejarle un mensaje en la Hospedería o en el Restaurante y hubiese devuelto la llamada inmediatamente. Es lo que se ha hecho siempre que se le ha necesitado durante todos los años en que ha capitaneado el movimiento eclesiástico para crear la diócesis de Barbastro-Monzón y para que Roda de Isábena volviera a estar ubicada en territorio eclesiástico aragonés.

Un tantico cerril sí que resultaba ser el Obispo. Su terca obstinación quedó evidenciada:

-También yo me entero por la Prensa de lo que hace él. Salen de Roda obras de arte sin que nadie me diga nada.

-No compare: que se presten piezas para una exposición organizada por el Gobierno Aragonés parece lógico a todo el mundo. Y si Usted quiere saberlo antes, estoy seguro de que bastará con decirlo al Cura Párroco y le tendrá puntualmente informado. Hablando se entiende la gente. Lo importante es que podamos resolver el problema humano para que todos vivan felices.

-El problema del San Juan es un problema ficticio -sentenció gravemente el Prelado-.

Miré discretamente el reloj: eran cerca de las dos de la tarde y llevábamos más de cincuenta y cinco minutos de diálogo de sordos. Había que poner fin a la audiencia:

-Vamos a bajar a la plaza y diremos a los habitantes del Pueblo que el problema del San Juan es puramente ficticio.

-Yo no lo he dicho con ese soniquete.

-Pues le pondremos la solfa que quiera. Pero un problema ficticio es un problema ficticio. Nos costará trabajo convencerles de que su Obispo tiene razón.

El lunes siguiente deposité personalmente dos cartas en la sede de Zaragoza del Gobierno de Aragón, una dirigida al Presidente y otra al Director General de Cultura y Patrimonio, nuestro compañero de Academia y hoy presidente de la misma Domingo Buesa. En un almuerzo ulterior con éste, quedó rápidamente resuelto el problema y me preguntó:

-¿Cuándo quieres ir a buscar la Dalmática y el San Juan? Dame tan sólo unos días para organizar la entrega.

Convinimos el 24 de mayo, lunes de Pentecostés, a mediodía.

A las doce horas de la fecha prevista el canónigo responsable hablaba con los periodistas reunidos a la entrada del museo diocesano de Barbastro. Al día siguiente, el Heraldo de Aragón decía: El Canónigo también afirmó rotundamente que "las piezas vuelven a Roda por deseo del Obispo, ya que la DGA no nos ha ordenado que las devolviéramos a Roda".

Le dejamos hablar. Nosotros no pensábamos sino en proteger lo mejor posible las dos obras de arte sacro ya que ¡pretendían que los embalajes originales estaban en una sala de Palacio y que nadie sabía dónde se encontraba la llave!

La Dalmática con su inmensa percha de madera fue metida en un camión. Yo cargué el San Juan en mi coche nuevo -me lo habían entregado el viernes anterior-. Puse música gregoriana para que el Santo no se desambientara en un vehículo todo terreno. Y, profundamente emocionado, recorrí los sesenta kilómetros que separan Barbastro de Roda, solo con la venerada talla, escuchando la salmodia parsimoniosa de los monjes de Silos y suplicando con ellos: Sancte Joannes, ora pro nobis!

Campanas a voleo. Televisión. Fotógrafos. Periodistas. Todo Roda aplaudiendo con alegría al Santo, mientras, ayudado por Delfín Fillat, lo llevaba desde el automóvil al altar mayor de la Catedral.

Unas monjas de Toulouse, que estaban ese día de excusión, creían ver llegar al propio San Juan.

Angelita Ballarín -la madre de la que subió conmigo a ver al Obispo- lloraba ante las cámaras al declarar:

-Me emociono porque recuerdo cómo lo saqué de la hoguera en 1936.

Y el Mosen contento y feliz, sin manifestaciones exuberantes.

Nuestro Académico de Honor era un personaje polifacético, con dispares características, todas sin embargo íntimamente vinculadas entre sí.

El Mosen quería que Roda fuera un pueblo vivo. No unas piedras muertas.

Para que el pueblo viviera, ideó abrir, en el antiguo refectorio de los canónigos del siglo XIII, un restaurante que desde hace años es la maravilla de propios y extraños. Todos temíamos que la aventura fuera un fracaso y que, salvo pocos días, el comedor estuviera vacío. Pero Montserrat, la mujer de Delfín, y su hija Yolanda ha conseguido que hoy en día el establecimiento figure honrosísimamente en las guías culinarias y esté más que lleno, siendo uno de los motores del desarrollo turístico del valle.

Para que el pueblo viviera, cedió al Gobierno de Aragón la antigua casa parroquial, retirándose a unas modestísimas dependencias de la Catedral. Gracias a ello, la Hospedería constituye un pilar de la hostelería del valle, que apoya las iniciativas de los habitantes del pueblo acogidos al turismo rural o al turismo verde.

Son los únicos establecimientos de la zona que la prestigiosa Guía Michelin identifica en rojo en el mapa de España.

Todo ello produce empleos para Roda de Isábena, que vienen a añadirse a los de Guía de la Catedral, visitada por unas 30.000 personas al año. Se nota en un pueblo de 20 vecinos.

La dinámica así creada ha permitido que vayan surgiendo otras actividades, como el Mesón de la Plaza Mayor, la tienda del Portal y un inesperado Museo de Maquetas Navales y Aeronáuticas, realmente digno de ser visitado.

Roda vive, Roda rejuvenece, Roda prospera y ello se debe mucho a lo que han aportado las realizaciones del Mosen.

Merecía haber formado parte, si aquí existiera, de una de esas Sociedades de Amigos del País que reúnen a quienes han contribuido al desarrollo económico de una región.

Y todo ello de la manera más desinteresada del mundo.

El Mosen era todo corazón y lo daba todo. Peseta que llegó a su bolsillo jamás pudo convertirse en euro, porque o la entregó a quien la había menester o la gastó en arena y cemento para la restauración de la ermita de turno.

Hace veinte años le pregunté ingenuamente:

-Mosen, ¿por qué no cobra nada por su trabajo?

Su contestación fue lapidaria:

-Juan Antonio. Yo me gano la vida como cura. Como maestro de obras y albañil no cobro nada. Así puedo trabajar para ricos y pobres.

Ha sido la del Mosen una vida de desinterés, de dedicación a los demás, de compartir todo con todos, incluyendo el último minuto de su tiempo, que no es suyo sino de quien lo necesita.

Era de una simplicidad franciscana. Vivía en una habitación que se había reservado en una esquina de la Catedral, de la manera más austera que cabe imaginar. Durante años ha ido a decir Misa a pie a todas las iglesias de las que estaba encargado. Invierno y verano, subía a Esdolomada para volver a Roda y proseguía hacia Serraduy o la Puebla. Desde que se jubiló, hacía lo mismo, pero en coche, reservando las fuerzas andariegas para el Camino de Santiago.

También demostró tener todas las calidades de un dirigente político o sindical.

Era, desde luego, un tantico cabezón. Cuando algo se le metía entre ceja y ceja, nada lo apeaba. ¿Es esto un defecto? Quizás no. Baltasar Gracián escribió:

En los aragoneses no nace de vicio el ser arrimados a su dictamen, sino que como siempre se hacen de parte de la razón, siempre les está haciendo gran fuerza.

En el Mosen no nacía de vicio el ser testarudo. No daba nunca su brazo a torcer porque siempre se había puesto del lado de la razón. Bien lo vimos en la espinosa cuestión de los límites diocesanos.

Para comprenderla hay que recordar que, como muy bien es sabido, Lérida fue conquistada a los moros el 24 de octubre de 1149 por Ramón Berenguer IV, ya miembro de la Casa de Aragón en virtud de los capítulos matrimoniales otorgados en Barbastro el 11 de agosto de 1137 en los que, al darle el rey Ramiro II de Aragón la mano de su hija la reina Petronila y confiarle el gobierno del Reino donde ostentó el título de Príncipe, aceptó firmar la fórmula Y yo el rey Ramiro sea rey, señor y padre en el reino de Aragón y en todos tus condados, mientras me plazca.

En Lérida estaba al lado de Ramón Berenguer el obispo de Roda de Isábena Guillermo Pérez con huestes propias y grandes sumas tomadas de la mensa común de nuestros hermanos del Capítulo de Roda (vid. Manuel Iglesias, Roda de Isábena, 1980, p. 150). El 30 de octubre, seis días después de la capitulación de Lérida, el obispo de Roda consagró la mezquita mayor, inscribiendo el nombre de Santa María sobre las leyendas cúficas existentes.

El capítulo de Roda de Isábena y su prelado organizaron la iglesia leridana según la regla de San Agustín y la diócesis pasó a llamarse Roda de Isábena - Lérida.

Isabel II la transformó en sólo diócesis de Lérida. Esta decisión tenía la grave consecuencia de que todo el territorio de la primitiva diócesis de Roda pasaba a depender de una diócesis catalana.

La agudeza del problema quedó patente con el Concilio de la Provincia Eclesiástica Tarraconense que se pregunta: "Què demana i espera l'Esglesia de la societat catalana, i aquesta última de l'Esglesia". Este planteamiento crea un grave interrogante los sacerdotes de la zona aragonesa de la diócesis de Lérida: el Concilio no estaba pensado de cara a nuestra tierra; era un Concilio eminentemente catalán.

Ya lo había previsto Mosen Leminyana que, muchos años antes, había ido a ver al Obispo de Lérida para pedirle que nombrara un Vicario para la zona aragonesa de la diócesis. Se hablaba mucho entonces ya de las peculiaridades eclesiásticas catalanas y lo cierto es que, de existir, no podían aplicarse a Aragón. Ante la negativa del Prelado, le indicó:

-Señor Obispo, ni usted ni yo podemos imaginar las consecuencias de este rechazo.

Y comenzó el largo caminar de Leminyana. Nadie olvida la campaña liderada por él para que su parroquia y las demás de la zona volvieran a depender de una diócesis aragonesa, remediando el embrollo causado en el siglo XIX por la reina Isabel II. Lo mismo se le veía en la Nunciatura de Madrid, la Curia de Lérida o la Secretaría de Estado vaticana, que ante la prensa, la radio y la televisión para informar a la opinión pública. Consiguió, por fin, que este territorio volviera a ser eclesiásticamente aragonés, como siempre lo ha sido civilmente.

En una intervención en la reunión del Clero de Aragón el 18 de abril de 1994, cuando todavía seguía siendo un sacerdote incardinado en la diócesis de Lérida, el Mosen dijo al ser levantado el dilata vaticano:

Venimos desde el silencio. Un silencio respetuoso, obediente, esperanzador. Por ello, germen de un momento nuevo. Lo quisieron así nuestros Señores Obispos de Aragón. Les obedecimos y tuvieron razón. Hubo tiempo para que la semilla de nuestro trabajo muriera y sazonara en la tierra y justificado levantase en espiga granada, ondulante, gozosa.

Esperamos 20 años, desde Sijena; 12 años desde la memorable Plenaria de febrero de 1981 con el enervante 23-F; con un dilata seguido de un silencio prolongado, ¿qué más queréis de nosotros?

Pienso, jamás los catalanes sufrirían semejante espera, si a ellos tal suerte les cupiese en planteamiento a la inversa.

Os pedimos el respeto a los sacerdotes de nuestra Zona, incansables, respetuosos, obedientes, firmes, en la desesperada esperanza de cada día.

[...] Hemos pedido respeto y comprensión, en nuestro gesto a veces difícil de entender; pienso que alguna vez se nos habrá llamado rebeldes. Creo en la santa rebeldía.

La posición del Mosen viene perfectamente definida en un escrito que obra en los papeles encontrados después de su fallecimiento y en el que se lee:

Aragón roto

No sé que tendrá nuestra tierra que con frecuencia es apetecida de muchos.

Pienso que acaso Aragón, encrucijada de caminos, se define a modo de árbol de frutos apetecidos por quienes viven más allá de nuestros tapiales; o en todo caso, árbol del que todos hacen leña.

Y esto acontece desde cualesquiera de los flancos de nuestras latitudes: a unos les encanta la posesión del pico del Aneto; otros se sienten a perpetuidad "fieles guardianes" de nuestras obras de arte, rico exponente de nuestro pasado; otros acotan abundantes hectáreas de territorio aragonés -por cierto no las peores. Y esto lo hacen en nombre de la historia; y, por qué no, también en nombre de la cruz. Se recurre a la cultura lingüística como argumento persuasorio.

En otras circunstancias, los cambios de mojones fronterizos se justifican por mantener predios rociados de agua bendita a la catalana.

Para acabar bien la fiesta, el Concilio catalán, a través de persona próxima cualificada a esos medios conciliares, ha dado a entender que ese sagrado simposio de la Iglesia catalana no piensa incluir en sus parlamentos el tema de los límites diocesanos, hecho que afecta a 70.000 aragoneses.

Se ha olvidado el Concilio -que se precia de ser eminentemente pastoral- que esta acción pastoral en nuestra Iglesia Local sufre grave quebrantamiento; y que ello afecta tanto al Obispo, como a los sacerdotes y al laicado.

Ya sabemos que no depende del Concilio la solución de este problema, como tanto otros que tratará este Concilio; pero sí debiera ver y auscultar con simpatía un proyecto que en definitiva quiere clarificar de una vez para siempre el derecho de 70.000 aragoneses a vivir su dimensión de creyentes cristianos en el marco natural de su vida socio-cultural-política.

En todo caso agradecemos que en estos medios conciliares nuestro escrito dirigido a los Obispos de Cataluña y al Secretario General del Concilio haya sido analizado de correcto, respetuoso y definitorio.

Lo que no acaban de descubrir muchos de los que viven más allá de nuestras lindes es que una de las maneras que tiene los aragoneses para mantener levantado el pendón de la tierra y firme la guardia, es sentirse rodeados de cualquier gesto que venga en contra de toda la integridad de la tierra o del ser aragonés.

Creemos que nuestro proyecto integrador en la Iglesia de Aragón ha retomado el ritmo que, por incomprensiones, y presiones también, había perdido.

Debamos constatar que este trabajo integrador está próximo a la meta que un día, ya casi excesivamente lejano, nos propusimos.

Roda 12 de Enero 1994

Firmado: José M Leminyana

Juan Antonio Gracia, periodista y canónigo de Zaragoza, escribió en El Heraldo de Aragón: Para conseguir la vuelta de las parroquias oscenses sometidas a la jurisdicción del obispado de Lérida, "removió Roma con Santiago", escribió a todos los obispos catalanes y aragoneses, visitó al Nuncio y acudió personalmente al Vaticano. No extraña que un prelado catalán llegara a decir en público que "Leminyana capitaneaba un piquete de curas subversivos".

Cuando antes de dar el sí definitivo, Roma contestó a la petición con un dilata, el Mosen me explicaba: Con un dilata Roma quiere decir que tenemos razón, pero que no nos la quieren dar para evitar un problema con los obispos catalanes. Ya contestarán afirmativamente más adelante. Y así fue, efectivamente más de diez años después. En su agenda está escrito el 15 de junio de 1995 que en una reunión en el obispado de Barbastro :

El Sr. Obispo de Barbastro nos comunica a sacerdotes de Lérida y Barbastro la fausta noticia del decreto que hoy se firma en Roma para la integración del territorio en dos fases: 1ª (hoy) los arciprestazgos de la Ribagorza Orienta y Occidental y Cinca Medio. 2ª (15 junio 1998) los arciprestazgos de Bajo Cinca y Litera.

Incumpliendo las sentencias vaticanas que lo ordenan, todavía no nos ha entregado el Obispo de Lérida las obras de arte, pero el que podamos reclamarlas se debe indiscutiblemente a la tenacidad, al tesón y al buen hacer de Leminyana. Y, aunque estemos en una Real Academia de Bellas Artes, no podemos olvidar que nuestro Académico de Honor consiguió lo más importante: que los fieles y el clero, que las iglesias y templos hayan vuelto a Aragón.

Sin embargo, él hizo todo lo que pudo para que los bienes también volvieran. Copio lo escrito en su Agenda el día 12 de marzo de 1996:

Hablo con Enrique Calvera sobre la devolución del archivo de Roda.

En Lérida toman una postura de dura oposición. Veo, por otra parte, la lentitud de Barbastro.

Digo que se tomen medidas de urgencia para la devolución, con recurso a la Nunciatura y a los medios de comunicación y organismos oficiales de Aragón.

Me propone un encuentro en Barbastro de la Comisión.

Así como los Mandamientos se resumen en dos, las virtudes del Mosen lo hacen en una: el Señorío. Era, antes que nada, un Señor, de los pies a la cabeza, en su trato con Dios y en su relación con los hombres. Lo demostraba continuamente. Yo lo pude constatar en curiosas circunstancias.

Hace más de veinte años, cuando las relaciones de España y Francia se reducían a camiones quemados, a terroristas que recibían asilo político y a guardacostas que ametrallaban a los marineros españoles, contribuí a lanzar una asociación para fomentar el diálogo entre los dos países. Su presentación tuvo lugar durante una cena en la Galería de las Batallas del Palacio de Versalles, en presencia de la Señora Mitterrand, primera dama del país, y de varios ministros del Gobierno francés. Allí invité yo al Mosen, que tuvo que quitarse el mono y ponerse el alzacuello. Las necesidades de la organización me llevaron a perderlo de vista un rato y ¡cuál no fue mi sorpresa al volverlo a ver con una copa de champagne en la mano departiendo amablemente con un grupo de encopetadas señoras, como si, en vez de trepar por los andamios, hubiera pasado toda la vida en ambientes palaciegos!

Y ¡con qué distinción lucía la Encomienda de la Orden de Alfonso X el Sabio que le fue concedida por el Gobierno de España1

Pero todo ello no puede hacernos olvidar que el Mosen era antes que nada una extraordinaria mezcla de místico y de hombre de acción. Copiaré una semana como otras de su agenda.

El martes 10 de noviembre de 1992

Trabajo con Delfín -padre, hijo- casa parroquial Puebla.

Hay que precisar que había cedido el usufructo de la casa del cura de Roda de Isábena al Gobierno de Aragón para la Hospedería. Él se alojaba en un modesto cuartucho de las dependencias de la Catedral. Pero quería acondicionar la casa parroquial de La Puebla de Roda para que su sucesor pudiese alojarse dignamente. Ello no le hace olvidar el cuidado de su iglesia principal. La semana anterior había escrito, estando ya en curso la obra en La Puebla:

Han empezado limpieza puerta principal Catedral los Hnos. Boix de Huesca.

Se trata de la preciosa puerta mudéjar del siglo XIII obra de Pedro, carpintero y socio de la canónica rotense. Las obras de limpieza duran cuatro días.

El miércoles 11 a las 11,30

Entierro de Mosen Eusebio Brunet - Fonz.

Y añade a las 13 horas

Comemos los del curso juntos en Monzón. Proponemos encontrarnos con más frecuencia. Hacemos un poco de revisión de vida. Analizamos homilía Sr. Obispo. La situación nueva de jubilados.

A las 18 horas:

Subo a Cagigar para preparar a Luis documento que presenta factura obra iglesia, con petición 2ª fase.

El jueves 12

Trabajo con Delfín en casa Parroq. Puebla. Preparamos envigado suelo casa.

El viernes 13 figura el mismo trabajo en la casa parroquial de la Puebla figura. No es necesario recordar que el jubilado hace un duro trabajo de albañil.

El sábado 14 tenía prevista la

Restauración ermita Santa Lucía.

Pero añade

No puedo ir por la boda.

Por ello,

Hemos trabajado con Delfín hasta med. casa p. Puebla.

Lo que no le impide atender a otras ocupaciones:

Visita Roda Jaime de Armiñán tema rodaje película.

Y a las 13,30 horas

Boda - concierto órgano Luis Galindo.

Por la tarde,

Misa anticipada, Roda 17 h., Serraduy San Lorenzo 18 h., Puebla 19 h.

El domingo 15 de noviembre:

Día libre. Me voy a Montserrat. Hago retiro. Llego a la Misa Conventual. Hago confesión. Como con la Comunidad. Estoy de lectura y oración hasta la hora de Vísperas (6,45). Asisto a la oración de la tarde y regreso. Doy gracias a Dios. Ha sido día de bendición.

Es significativo que considere descanso un desplazamiento de casi 500 kilómetros en un día a Montserrat. La semana justifica ampliamente el cansancio que constata el lunes.

El lunes 16 de noviembre:

Trabajo con Delfín casa parroquial Puebla.

Me cuesta vivir la presencia de Dios.

llego cansado a la noche - le he ofrecido al Señor todo mi ser.

Me emociona leerlo y no hacen falta comentarios.

Y como buen hombre de Dios, tenía también un alma de poeta. Transcribo algunos versos de los encontrados en sus cuadernos de anotaciones que hacen pensar en San Juan de la Cruz, cuyos libros eran con los de Charles de Foucauld una de sus lecturas favoritas:

Alma mía,

mira a ti misma

cuanto hay de caminos inciertos

y esperanzas vacías,

llenos de callos tus hombros

como los hombres de esta tierra,

sin badajo en la campana

mensajera:

estrella mía,

sólo cuando, sin camino, fuera de ti caminas

hacia tierra extranjera

como peregrina entre las estrellas

encuentras la luz primera

de la luna temprana

que con el alba acaba:

ya es la mañana;

la ventana se ha abierto;

vuela rauda, paloma mía,

el esposo te espera

en el interior, a solas,

la alcoba es una guirnalda.

Oyendo hablar de un mosen que atendía a una decena de parroquias; que restauraba cuantos vestigios románicos hay en el valle; que fue innumerables veces a ver al obispo a Lérida, al Nuncio a Madrid, al Secretario de Estado a Roma y a los periodistas a donde estuvieran, para que estas tierras volvieran a ser aragonesas desde el punto de vista eclesiástico; que estudiaba los archivos de la Catedral; que recorría a pie varias veces al año el Camino de Santiago; que barría con una escoba las calles y plazas de Roda, un incauto me preguntó: ¿cuántos mosenes hay? Sólo hay uno, contesté, pero no para. Sólo hay uno y ¡ya nos basta!

El Mosen, el 15 de agosto de 2005, en el jardín del Palacio con el Turbón al fondo (Foto Cremades).

Una vida así consagrada a salvar para Aragón y para la posteridad esta joya de nuestro patrimonio cultural que es Roda de Isábena, bien merece el reconocimiento público que hoy hace esta Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis. Desgraciadamente antes de que pudiéramos entregarle solemnemente el título se ha ido -como eclesiástico que era de la Orden de Caballería del Santo Sepulcro de Jerusalén- a ver a su Señor resucitado del Sepulcro.

En esta sesión extraordinaria, celebrada en el lugar mismo donde se lo ha ganado a pulsico -como decimos aquí-, honramos la memoria de quien ya no está con nosotros. Su ausencia es un motivo de tristeza. Pero nos consuela recordar todo lo que ha hecho por nosotros y por Aragón.

Creo que la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis debería pedir que los restos mortales de su Académico de Honor -auténtico último obispo de Roda de Isábena- se trasladaran a esta su Catedral, que tanto le debe, para que reposaran en ella hasta el día de la resurrección de la carne.